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FLORENCIO MARTÍNEZ RUIZ

Artículo de Jesús Calleja en la Revista “Surrexit Vere” sobre Florencio Martínez Ruiz en 2013

Artículo de Jesús Calleja en la Revista “Surrexit Vere” sobre Florencio Martínez Ruiz en 2013

Ha pasado otro año en este calendario que irremisiblemente nos traslada de nuevo a este tiempo cuaresmal, ciertamente remo-jado durante estos días. Hay un típico chas-carrillo que aconseja a los malos cantores abandonar sus dudosas dotes musicales, pues se corre serio riesgo de precipitaciones. Y en estos días cercanos a nuestra Semana Santa seguro que algún que otro aspirante a barítono nazareno anda amenizando al personal con el run run de alguna que otra marcha procesional… Y así nos va… ¡Que llueva, que llueva la Vir-gen de la Cueva! Pues algo así me pasa a mí estos días: no dejo de canturre-ar, atrayendo fatalmente las nubes amenazantes, el Mektub de Mariano San Miguel Urcelay. Una marcha que nos ayudará a “dejar escrito” (como el vo-cablo árabe indica) en la memoria colectiva nazarena, otro texto literario digno de mención.

En este sentido, cabe recordar que a comienzos del pasado mes de fe-brero, fallecía en su domicilio madrileño el periodista, escritor y crítico lite-rario FLORENCIO MARTÍNEZ RUIZ. Figura clave de la cultura conquense del siglo XX, destacó por sus minuciosas críticas literarias y por sus concienzu-dos estudios estilísticos. A modo de homenaje, este año nos adentraremos en el pregón que pronunció en 1989 en nuestra Semana Santa.

1 Parte de los contenidos del breve estudio aparecido en el presente artículo, copó un progra-ma de la sección literaria “Reglones con Pasión”, incluida en las emisiones radiofónicos de la cadena SER, Capuces de Cuenca, de la Cuaresma de 2012. Tal sección era escrita y presentada por José Francisco Martínez Zamora y por el arriba firmante.

 

La forma literaria que se aprecia en el pregón rezuma lirismo a borbotones y gongoris-mo a raudales, al igual que la mayoría de sus es-critos. Y además de ser un ejemplo de lo que puede ser un pregón con innegable trasfondo li-terario (sobre todo en la forma), nos encontra-mos con un ejemplo de pregón (muy al contrario de las primeras muestras, como la de Demetrio Castro, de la que hablamos en el número ante-rior) arduo, extenso y casi interminable. Sin du-da, es un texto que representa en buena parte la deriva que los pregones modernos han llevado en los últimos tiempos (en cuanto a gran longi-tud), pero sin perder el carácter literario y personal que los textos de Flo-rencio poseen.

Nos encontramos, por tanto, con un ejemplo más de que el sentimiento nazareno no tiene que estar reñido con el buen hacer literario.

Martínez Ruiz era sobradamente conocido en los diferentes ámbitos de la “cultureta” conquense (como a él le gustaba decir). Nacido hace 82 años, en Alcalá de la Vega, quizá el origen de su vocación literaria habría que bus-carlo en los días de las revistas “Gárgola” y “Estría”. Estudió en el Semina-rio de San Julián, aunque pronto empezó a respirar furtiveando en la cultura de vanguardia. Como periodista dirigió la sección cultural de “El Español”, “Arriba”, “Ya”, “ABC” y varios años de “El Día de Cuenca”.

Pronunció el Pregón de la Semana Santa de Cuenca, el Viernes de Do-lores, 17 de marzo de 1989, en la Iglesia de San Miguel. Fue un pregón muy largo (como ya hemos resaltado anteriormente): diez densas páginas al más puro estilo florencio, repletas de un vocabulario repujado, escogido y audaz.

A lo largo del pregón, redunda el autor, quizá en exceso, en la temática del paisaje conquense y su influencia sobre la celebración nazarena.

También, encontramos que el pregón se hace más accesible a medida que nos acercamos a su final, siendo más comunicativo y menos elitista, más cercano… La primera parte del mismo, sin embargo, es más críptica.

No obstante, nos encontramos con un pregón extraordinariamente tra-bajado y con extractos brillantes, que llevan la firma inconfundible de su pregonero. Un pregón muy documentado, que se va cimentando sobre el análisis de varios personajes literario-nazarenos que veremos, poco a poco. La originalidad de algunos de sus textos también aderezan adecuadamente este cóctel de sabores capuchinos.

Comienza, así, su arenga, apelando a su intención de ser…

“…un redoble de conciencia, haciendo hablar a la boca de lo que está lleno el corazón”.

Considera también que…

“…una llamada así necesita más bien del carisma de un místico o de un profeta (…). Pero ni soy un San Jerónimo ascético ni un Sidharta iniciático.”

Aunque el pregonero se consuela pensando que Cuenca le echará una mano en su labor, seduciendo con su vértigo irrenunciable, provocando la meditación en estos días semanasanteros, ya que piensa que Cuenca incluye “ad libitum” un nada insólito “karma”:

Las vibraciones de un silencio interior propicio para reconquistarnos a nosotros mismos equilibrando los instintos y el espíritu.”

Para construir el entramado de su pregón trata de invocar al resto de pregoneros a los que, lejos de evitar, los…

“…quiero traer conmigo y que refuercen y robustezcan mi palabra”.

 

Quiere, básicamente, que su voz sea…

”…una mera prolongación de esas vo-ces –y no la más timbrada por cierto (…)”.

De este modo, empieza a recordar al que él considera primero de todos, “el evan-gelista por derecho propio”: Federico Mue-las. Continúa recordando a los Joaquín Bení-tez Lumbreras, Pedro de Lorenzo, Domín-guez Millán, Acacia Uceta, Aristeo del Rey, etc., antes de adentrarse en la íntima rela-ción de Cuenca con su Semana Santa:

…en los días cuaresmales y pascua-les, Cuenca vive sin intersección de planos, la magna eclosión de la naturaleza y la máxima revelación religiosa, el hecho estéti-co y el hecho pasional en un solo fervor te-ogónico (…) Es el momento de su gran irradiación visionaria, cuando explo-ta por dentro y se abre a los rumbos estelares y las coordenadas de infini-to…”

No quiere Florencio detenerse en consideraciones mágicas ni ancestra-les, pero cree que es un momento crucial el que se avecina en la transfigu-ración de la ciudad durante estos días. Dice así:

“Justo en el momento en que Cuenca ejerce su mediación entre cielo y tierra, encarnándose culpable y redimida, en medio del paisaje, como un ex-voto, pues la Semana Santa configura la tormentosa identidad de su terríge-na entraña vulcánica y de su alada vocación patética (…) Cuenca, a las puertas de la Semana Mayor, no cumple sólo una cita con el calendario litúr-gico. Trasciende esa su imagen patética, cambiándola por una imagen teleológica.”

Posteriormente, recuerda que Cuenca tiene algo metarreligioso y aún sobrenatural que no han podido ignorar ni viajeros, ni visitantes, a lo largo de la historia. Y deja apuntados los nombres de los Giner, los Cajal, los Odón de Buen, Marcelo Domingo, el cual hablaba de la “ciudad inexistente”…

…más no en el socorrido sentido de su marginalidad de las rutas turísticas o en la referencia literal de su ausencia del mapa (…) Por el con-trario, la ciudad estaba atada y bien atada a accidentes maravillosos y be-llos. Pero la civilización y la vida no existen donde sólo hay hombres y pie-dras, sino donde la dinamicidad de las cosas y de los espíritus logra hacer tangibles los más altos ideales.”

Ya el rector de Salamanca consideraba a nuestra ciudad, por encima de la Ávila de Santa Teresa, como “subspecie aeternittis”, hablando de que esa Cuenca es la pura reducción de sus esencias. En ese momento, conectando con la idea de que Cuenca escapa a algunas leyes como la de la gravedad o la de la lógica, hace una reflexión más personal:

Soy conquense y he vivido bajo la luna de plata de Mangana. Y, a la vez que testigo, tengo fe de carbonero para creerlo. Y mi conclusión es esta: Cuenca, en lo que tiene de vieja ciudad punitiva, es el lugar para sentirnos Dios por un minuto al menos; un paraíso para creernos sus criaturas inmor-tales por un año. El acontecimiento de la Semana Santa nos toca por eso en la raíz, en la misma entraña.”

Etiqueta a nuestros dos ríos como “ríos penitentes (…) escoltando el dolor de Cuenca”, parte del desfile procesional, sin duda. E incluso dice que “los chopos de la Peña Corva o del Tranche, y aun las rocas de pedernal ves-tidas o los juncos de eterna caña sin anzuelo, creen en Dios.”

Y tanto, tanto, que, dado el caso de la ausencia de cofrades o peniten-tes en las listas de las Hermandades, saldrían si fuera necesario en el corte-jo procesional, erguidos en sus pétreas túnicas o embutidos en sus capas fluviales, desvestidos de su corteza vegetal, echando a andar por las calles de Cuenca.”

En la siguiente parte del pregón, se detiene en lo que grandes autores de la Literatura Hispana han opinado sobre nuestra celebración magna. Así aparece Unamuno, Cela, Alejo Carpentier,o César González-Ruano. Dice Cela de nuestra semana grande que es…

“Loba parda desgarrada como un Cristo de Pietro Cussén (…) La fiel, la exacta estam-pa que refleja idéntica circunstancia en la gran ribera por explotar del otro mundo. Cuenca -¿es la Carretería el camino de la alta luna?- es ya para los ojos que quieran ver, un poco la frontera de nuestros mares.”

Y así, sigue Martínez Ruiz tocando dife-rentes y sugerentes palillos como el de la poesía a la que considera complementaria con respecto a la teología, deteniéndose en las aportaciones de Gerardo Diego y otra vez de Federico Muelas, e incluso Lope Mateo, con versos como estos:

“Mudos encapuchados vegetales

sobre la clara primavera fría

cuando alza el Viernes Santo en su agonía

misereres de fe por los breñales.

Silencio sobre el Júcar verdeoro,

la ciudad enriscada en sus rompientes

sueña un calvario de abismal escena.

Y de la tarde en el inmenso lloro

Cristo va entre los chopos penitentes

que tienen por el río su melena”.

Finalmente, en una segunda parte, más breve, pero no menos densa, del pregón, Florencio se adentra en lo que él llama “el lenguaje de las pie-dras”. Acentúa la condición de nuestra Semana Senta que…

“…no llora la Pasión de Cristo de la manera extravertida de esas otras ciu-dades. (…) Está más cerca nuestra Semana Santa de la que viven los “calladiños” de Orense o Pontevedra o de la que se aroma de juncia y rome-ro en los pueblos de Segovia o Ávila”.

Y ahondando en reflexiones sobre la constante reconstrucción de nues-tra Semana Santa, debido a la pérdida de múltiples tallas, hace hincapié en el trabajo laborioso de cofradías y gremios artesanales en pos de esa recu-peración. Aunque cree que debemos tener consuelo en este sentido, pues Cuenca…

“…no vive del realismo de los Cristos de palo o de las Vírgenes de ojos vidriados, sino que, olímpica y mágica, surge reo de nuestra invención y de nuestra potestad visionaria.”

Casi para finalizar, vuelve a apelar Florencio a personajes relacionados con nuestra Cuenca (y adelantados a su tiempo), como fueron los Gutiérrez Solana, García Lorca, Fray Luis de León o Fray Ambrosio Montesino, consi-derándolos en un imaginario desfile procesional, en esta “inmensa catedral de luz” que es Cuenca. También hace una postrera reflexión personal sobre las Turbas:

“Yo no me llamo Pataco ni me apellido Recuenco, ni me encomiendo a esos dioses del tambor y del aguardiente. Pero en aquellas calendas ya re-editábamos al hilo de los “bulle-bulle” medievales de los capigorristas y las “fiestas de los locos” (…) el derecho a representar en su sabor y color el drama completo”.

Y este hombre que recuerda haber sido turbo “in mente” e “in pectore” a su modo, termina el pregón con unas palabras de reflexión surgida de otras que fueron atribuidas al rey castellano, Alfonso VIII:

…prefiero nuestra Semana Santa a todas las demás y la declaro libre de servidumbres y a salvo de la confusión babilónica. Y pido, por supuesto, a quien corresponda, que su celebración figure como sello de nuestra identi-dad cosmogónica y espiritual, aunque sea con alguna licencia y sobresalto de los silfos de la verde orilla del Júcar y de los monseñores de la Congrega-ción de Culto…”

Pregón, en suma, de gran riqueza y muy diversificado en sus múltiples aportaciones. Pregón del que, como hemos comprobado, se pueden extraer gloriosas reflexiones y afirmaciones para el sempiterno recuerdo.

La verdad es que releer el pregón de Martínez Ruiz, al igual que releer cualquiera de sus textos, degustar los rebuscados vocablos que siempre uti-lizaba, palpar la elegancia de la expresión o la frase siempre bien construi-da, nunca fácil… La verdad, digo, es que leerlo es como escucharlo, es como retrotraerse a no hace demasiadas fechas, cuando disfrutábamos de su pre-sencia en diversos actos y de su oratoria barroca y, por supuesto, personalí-sima, muy original.

En esta Semana Santa, si cabe más que ninguna otra, tendremos más presente su legado literario. Y, seguro que también, como en estos apuntes, su legado literario-nazareno.

 

Mektub.

Escrito queda.

 

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