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FLORENCIO MARTÍNEZ RUIZ

Las cenizas de Florencio Martínez Ruiz, en el “Huerto de Cruces” de San Isidro

“San Isidro, el “Huerto de Cruces” conquense, famoso en Europa”. “Nuestro mironiano cementerio, encaramado sobre la roca, es un elemento emblemático y lírico de Cuenca”. Con este título y antetítulo, el escritor Florencio Martínez Ruiz abría las páginas de “Cultural El Día”, el 7 de noviembre de 1993. En ese camposanto de la ermita de San Isidro, o “huerto de cruces”, donde reposan “dignidades de la cátedra” como Federico Muelas, Fernando Zóbel, Luis Marco Pérez y Bonifacio Alfonso, además de Antonio Saura, en el cementerio de los hermanos, fueron depositadas el 17 de mayo de 2013 las cenizas del periodista, poeta y escritor conquense, Florencio Martínez Ruiz (11-5-1930 / 6-02-2013). 

Familiares, conocidos y amigos, personalidades de la vida conquense, se dieron cita en el último adiós a Florencio Martínez Ruiz en la ermita de San Isidro. Previamente, la familia del periodista, poeta y escritor nacido en Alcalá de la Vega (Cuenca), había solicitado el enterramiento de la urna con las cenizas del finado en el Cementerio de Personalidades de la ermita-sacramental de San Isidro. La junta directiva de la Hermandad de San Isidro dio el visto bueno, tras estudiar el amplio dossier literario de Florencio Martínez Ruiz, enviando a su vez el correspondiente escrito al Ayuntamiento, y tras una reunión en la Alcaldía, en la que se determinó elaborar un protocolo de actuación para el futuro, se aprobó la petición de la viuda de Florencio, María Jesús Pérez y de su hijo, Óscar Martínez.

Carlos de la Sierra, Manuel Cano y Francisco Medina entonaron el “In paradisum”

El capellán de la Hermandad y párroco de Santiago y San Pedro, Francisco Medina, ofició el responso ante la urna con las cenizas, colocada sobre una mesa de tela morada, tras lo cual, y como era deseo de Florencio, el capellán Medina, Manolo Cano y Carlos de la Sierra entonaron el “In paradisum” entre la emoción contenida de los presentes. Cano además recitó los últimos versos de Florencio.

Concluida la ceremonia fúnebre en la ermita, los asistentes se trasladaron al camposanto de Personalidades Conquenses. El capellán Francisco Medina, revestido con la capa pluvial morada rezó la oración funeraria, tras lo cual el hijo de Florencio depositó la urna sobre la pequeña tumba. Óscar recitó el “Soneto Frayluisiano a Cuenca” que Florencio compuso y que en su día me facilitó para cerrar el guión del video “Cuenca, cierta y soñada” (Primavera), de 1995, que dice así:

Ajena al cartabón de oro, sin arquitrabes,

sobre randas de luz y tul de nubes,

haciendo eses, deletreando uves,

Cuenca se desenrosca de sus llaves.

 

    Amazona de oro, en su aeronave

de ingrávida carlinga, sube y sube

en busca del Grial de los querubes,

alma de piedra y corazón de ave.

 

    Testigos de su vuelo sin alcance,

Huécar la ciñe, Júcar la refleja,

por tan bella Diana seducidos..

 

Y le dicen adiós, en ese trance,

juncos y torres, álamos y rejas,

Ciudad ya lejos del mundanal ruido.

 

Acompañaron a los familiares en ese último adiós y homenaje a Florencio, que descansa para siempre en el “friso mural de San Isidro” como él describía, el presidente de la Hermandad, Florián Belinchón; el secretario, José Vicente Ávila y los hermanos mayores Jesús Calvo (depositario) y Luis Cañete y la nuncio, Rosalina Ferreros, así como representantes de la cultura conquense como José Ángel García (presidente de la RACAL) Luis Roibal, Óscar Pinar, José Luis Muñoz, Pedro Cerrillo, José Luis Calero, Adrián Navarro, Manolo Cano, Martín Muelas, Jesús Mateo, Carlos de la Sierra, Angustias Martínez, Mariví Cavero (hija política de Florencio)  y otras personas allegadas a la familia.

Por la tarde se celebró una misa funeral en la parroquia de San Esteban en la que Manuel Cano y Carlos de la Sierra volvieron a cantar el “In paradisum”, como última voluntad de Florencio, expresada en su último verso.

 

El periodista y escritor José Luis Muñoz Ramírez ha publicado un interesante artículo en los medios digitales conquenses que reproducimos a continuación.

 

LOS ULTIMOS VERSOS DE FLORENCIO MARTINEZ

“Se han cumplido sus deseos y Florencio Martínez Ruiz descansa ya en el cementerio de San Isidro, sobrevolando las aguas verdes del Júcar a las que tantas páginas –tantos versos- dedicó en vida, compartiendo con el río madre las invencibles nostalgias suscitadas permanentemente por el otro río, el Cabriel, a cuya vera nació, en los peñascales de Alcalá de la Vega. Y así, entre ese doble amor fluvial, acompasando su devenir humano desde el río natalicio al que ahora se convierte en compañero hasta la eternidad, la vida de Florencio encuentra al fin el sosiego definitivo, el que pone fin a los afanes, las esperanzas y las realidades de cada día. Desde unas atalayas similares a esta de San Isidro, la juventud de Florencio encontró en el seminario, también sobre el Júcar, el adecuado mirador desde el que extendió su vista sobre el horizonte inmediato, en el que halló los fundamentos que habrían de servirle de pivote constante: la poesía, la literatura, la fantasía, la actualidad, Cuenca.

 

UNO DE LOS PILARES DE LA CULTURA CONQUENSE

La muerte de Florencio Martínez Ruiz (Alcalá de la Vega, 1930 / Madrid, 2013) representa la pérdida de uno de los pilares fundamentales de la cultura conquense del último medio siglo. Nadie como él llegó a conocer, analizar y difundir de un modo tan amplio y certero lo que había sucedido y estaba sucediendo, en el seno de la cultura local, singularmente en la literatura. Al abandonar el seminario hizo la carrera de Magisterio en Cuenca y posteriormente, en Madrid, la de Periodismo, titulándose en 1961. Sus primeras colaboraciones aparecen de forma esporádica en las páginas de Ofensiva, el periódico de Cuenca. Luego vienen colaboraciones en la prensa madrileña (El Español, Madrid, Arriba, Ya) hasta ingresar en el que habría de ser su periódico definitivo, ABC, (1971) donde desempeñó en especial las tareas de crítico literario, siendo responsable durante muchos años del suplemento “Mirador Literario” y de “Domingo Cultural”.

En esa función consiguió alcanzar un sólido prestigio profesional por el acierto de sus comentarios, la agudeza de sus análisis y el profundo conocimiento del hecho poético español, con una sutil habilidad en el descubrimiento de nuevos valores. Alcanzó un considerable prestigio su libro ‘La nueva poesía española’, antología de los poetas surgidos en la posguerra, una eficacísima fotografía de la situación del panorama lírico español en esos momentos. Como poeta su obra publicada es escasa, pero en ella figura uno de los más hermosos poemarios editados en Cuenca, Cuaderno de la Merced.

Siempre estuvo vinculado a Cuenca y siempre contó con el reconocimiento público de la ciudad y el respeto de los círculos literarios conquenses. Por ello fue sucesivamente pregonero de las fiestas de San Julián (1972), de Semana Santa (1989), de San Julián otra vez (1995) y de la Feria del Libro (1996). Ingresó en la RACAL el 13 de noviembre de 2001 con un discurso sobre la figura de la Infanta Paz y sus vinculaciones con Cuenca. En la prensa conquense dejó innumerables muestras de su saber literario y de un profundo entendimiento de las claves esenciales que mueven la cultura en esta ciudad. Páginas ejemplares de ello existen en Diario de Cuenca, Gaceta Conquense y El Día de Cuenca.

Manuel Cano recitó el último soneto de Florencio.

 

EL POSTRER SONETO

Este viernes, 17 de mayo, desapacible y lluvioso, nos hemos reunido un grupo de amigos para recibir la urna con sus cenizas y acompañar a sus familiares en la ceremonia, íntima y entrañable, de depositarla en tierra, entre las tumbas de Fernando Zóbel y Bonifacio Alfonso. Cumpliendo sus deseos, Manuel Cano, Carlos de la Sierra y Francisco Medina han cantado “In paradisum” y el primero de ellos ha leído los últimos versos, el postrer soneto, escrito por Florencio apenas una semana antes de morir.

Cuando llegue mi hora, Fortunato,

a la tropa escolar pon sobreaviso

en La Merced y cumple el compromiso

de reclutarla a golpe de silbato.

Cántame “In Paradisum” de inmediato,

en latín de Perrone si es preciso,

y que el deán de al Júcar su permiso

para asistir al coro por un rato.


Que te acompañen, con su voz más pura,

Gregorio, Vieco, Luis, Pinga y Vicente

y con su icono mágico Anastasio.

Y si Dios encarece la factura

y hay que esperar, que Cuenca me represente

cerca del cielo, en su alto iconostasio.

Ahí está ya Florencio, en lo más alto de Cuenca, lo más cerca posible del cielo en que creía y con perspectiva amplia para contemplar, ya sin acritudes, las venturas y desventuras de esta ciudad”.

 

 

“SAN ISIDRO, EL HUERTO DE CRUCES” CONQUENSE, FAMOSO EN EUROPA

Reproducimos un fragmento del artículo publicado por Florencio Martínez en “El Día de Cuenca” del 7-XI-1993:

“Cada mes de noviembre, quien se siente poeta o soñador simplemente sube, a paso lento de procesión o de desfile, la calle  que más parece una escalinata de San Pedro, camino del cementerio de San Isidro. Desde que reposan allí artistas y poetas –Federico Muelas, y Marco Pérez con Fernando Zóbel al flanco—el recinto disfruta de una mitificación literaria. El cementerio donde habitaba el olvido, entra así en el reino de la belleza sublime. Sobre todo al haber pasado por sus abismales almenas sobre el vacío, un lírico  sueco, triste como Sibelius, en busca de los sueños bergmanianos del caballero de la muerte…

Hablo de Lasse Söderberg, que encontró en Cuenca, en una de sus correrías, su “cementerio de rocas” como Paul Valery había encontrado en Antibes su “cementerio marino”. (…) Indudablemente, en estas altas soledades, Cuenca reserva el gran escenario de la teología. Los roquedales tienen la propensión de un hemiciclo fantástico para contemplar los espasmos del juicio final: y el emplazamiento sobre la Hoz del Júcar, sugiere siempre una meditación de novísimos, con la resonancia del hondo río haciendo sonar su “memento” fúnebre, Por una vez, este paisaje natural y estético no elimina su identificación con el misterio cristiano. La muerte queda tano más cercana, cuanto más cercana es la memoria de las gentes –cofrades de la Hermandad de San Isidro a un lado, capitulares, y dignidades de la cátedra a otro, acaso porque ni siquiera se interrumpe el diálogo, de eternidad a eternidad…”

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