Palabras de José Antonio Silva Herranz, en el homenaje a Florencio Martínez Ruiz
en nombre de la Real Academia Conquense de Artes y Letras,
en el homenaje a Florencio Martínez Ruiz,
celebrado en el salón de actos de la Excelentísima Diputación provincial de Cuenca
el día 29 de abril de 2014
Permítanme expresar, en primer lugar, mi satisfacción personal y la de la Corporación Académica que me honro en representar en este acto por este merecidísimo homenaje a quien fue uno de los pilares de nuestra cultura durante la segunda mitad del pasado siglo y en los primeros años de éste; un homenaje al que, si algún reparo cabe poner, es que para celebrarlo haya tenido que pasar más de un año desde la muerte de Florencio. Nun-ca es tarde, sin embargo, y mucho menos en este caso, en el que el silencio o el olvido hubieran sido tan injustos como imperdonables.
Porque no estamos hablando de una figura menor, ni mucho menos. Florencio Martínez Ruiz era –es, pues su ausencia física en nada afecta a esta consideración; más bien la refuerza– uno de los grandes de la cultura conquense, una autoridad, un clásico; es decir, una de esas personas a las que, por su prestigio y por la calidad y aun la exce-lencia de su trabajo, hemos de acudir inevitablemente a la hora de comentar, de explicar y de comprender una realidad determinada. Su profundísima formación humanística, el ingente bagaje de lecturas y experiencias intelectuales que fue acumulando con los años y una innata sagacidad crítica afinada y profundizada durante el ejercicio de su profe-sión hicieron de él una de esas personas que lo saben todo y que son capaces de expli-carlo todo en el ámbito al que han dedicado sus esfuerzos; un ámbito que en su caso era, además, amplísimo pues, como conocen todos ustedes no había parcela de la actividad cultural que quedara fuera de su atención.
La formación intelectual de Florencio Martínez Ruiz se asentaba sobre las firmes bases de sus estudios filosóficos y teológicos en el Seminario de San Julián, de Cuenca, y en sus años en el caserón
rosa rosae de la Plaza de la Merced –como a él le gustaba llamarlo– hay que buscar también el inicio de sus inquietudes periodísticas y literarias: allí comenzó a escribir versos, y desde allí envió también sus primeras colaboraciones a Ofensiva (el periódico local) y a revistas como Estría, Incunable, Signo, Estrofa o Ju-ventud y participó en la creación de otras como Gárgola o Haliterses.
Tras abandonar los estudios eclesiásticos en 1957 y realizar la convalidación de la carrera de Magisterio en la propia capital conquense, en 1958 pasó a Madrid, donde ingresó en la Escuela Oficial de Periodismo. Antes, incluso, de terminar la carrera, ya colaboraba en revistas como
El Español, iniciando así una trayectoria profesional que le llevaría a trabajar incansablemente en la mayoría de las publicaciones culturales de la España de aquellos años, como La Hora, la Estafeta literaria, Poesía española, Reseña o Razón y Fe, entre otras. Hacia mediados de los años sesenta comienza a colaborar en periódicos como Arriba o Ya, y en 1968 entra como redactor en ABC, donde durante veinticinco años desarrollaría una carrera periodístico-literaria que le llevó a ser jefe de la Sección de Cultura y que quedaría plasmada en cientos de artículos tanto en el propio periódico como en sus suplementos Domingos de “ABC”, Mirador Literario, Suple-mento Semanal o Blanco y Negro, y todo ello, además, sin dejar en ningún momento de colaborar en algunas de las prestigiosas publicaciones culturales ya citadas y en otras como Papeles de Son Armadans y Mundo Hispánico; en esta última ejerció como redac-tor jefe hasta el mismo momento de su desaparición.
La obra periodística de Florencio Martínez Ruiz se caracteriza por su densidad y por su hondura. Sus artículos están escritos desde la coherencia de su sólida concepción
humanística y desde una preparación técnica y literaria poco común; además, con fre-cuencia, y a pesar de que muchas veces son textos circunstanciales, impuestos por las exigencias informativas del momento en que fueron escritos, el autor abre en ellos espa-cios de reflexión y de análisis que les permiten desafiar airosamente el paso del tiempo y dan persistencia a lo que en principio era meramente ocasional. Para comprobarlo, basta con leer algunos de los artículos que María Victoria Cavero y Óscar Martínez re-cogieron en Crónicas en la platina ardiente, un libro en el que brillan en todo su es-plendor la finura crítica y el personal estilo ágil e incisivo de Florencio.
A la par que su carrera periodística, Florencio Martínez Ruiz desarrolló también una interesantísima labor como ensayista y como prologuista de libros, aspectos ambos en los que nos dejó trabajos lúcidos y certeros sobre asuntos como el teatro realista, la poesía de Rafael Morales y Eladio Cabañero (entre otros), la narrativa hispanoamerica-na o la dramaturgia de Antonio Buero Vallejo, por citar unos cuantos ejemplos. Aquí podemos situar también su actividad como antólogo, en la que, además de una recopila-ción de poesía conquense de los “niños de la guerra” locales, nos dejó dos libros que son hoy referencia ineludible en el ámbito de los estudios literarios sobre la poesía es-pañola de la posguerra:
La nueva poesía española. Antología crítica, publicada en 1971 y en la que recogía y analizaba la obra de una veintena de los mejores poetas de la de-nominada segunda generación de posguerra, y Nuevo mester de clerecía, que vio la luz en 1978 y constituye una de las pocas aproximaciones que se han hecho en nuestro país a la obra de los clérigos-poetas, en concreto a la de aquellos que supieron intuir el desa-fío del Concilio Vaticano II y aportaron, como respuesta, una profunda renovación de la lírica religiosa. En ambos vuelven a refulgir la finura crítica de Florencio y su agudeza a la hora de analizar y elegir los textos de los autores seleccionados.
Durante todos estos años, y prácticamente desde la época del Seminario, Floren-cio Martínez Ruiz fue elaborando también su obra poética personal, una obra no dema-siado amplia pero en la que volcó su emoción más íntima. Como él mismo comentó en alguna ocasión, su poesía devenía de una cierta clasicidad de la que le resultaba imposi-ble desprenderse y que se extendía tanto a los aspectos formales como a las influencias o los ecos que se perciben en su lectura.
Cuadernos de la Merced, Siete cipreses con-quenses o El Cabriel dormido son, quizá, los títulos más significativos de una obra poé-tica en la que la memoria y el recuerdo tienen un papel fundamental y en la que se reú-nen en armónica convivencia la ternura, la nostalgia e incluso la ironía y el humor.
Y he dejado para el final los trabajos de Florencio Martínez Ruiz dedicados a temas conquenses, aspecto en el que su aportación ha sido sencillamente abrumadora. Si hubo hace años un ministro del que pudo decirse que le cabía el Estado en la cabeza, no creo que sea exagerado afirmar que a Florencio Martínez Ruiz le cabía Cuenca en la suya; Florencio llevaba a Cuenca consigo: en conocimiento, en datos, en recuerdos, en experiencias. No creo que haya habido nadie en los últimos años que haya tenido un sentido tan ajustado de la cultura conquense ni haya acertado a explicarla e interpretarla con tanta agudeza como él. Repasen ustedes su obra y verán cómo no hay ni un ápice de exageración en lo que digo: artículos periodísticos en la prensa local desde la época de
Ofensiva y Diario de Cuenca, elaboración prácticamente íntegra de aquel milagro se-manal que fue durante varios años El Cultural de El Día, conferencias; pregones de la Semana Santa, de la Feria del Libro, de las fiestas de San Julián o de cualquier otro acontecimiento relevante que se celebrara en la ciudad o en la provincia; intervenciones en congresos y encuentros culturales de todo tipo, prólogos de libros; creación y direc-ción de la colección Atalaya del Servicio de Publicaciones de la Diputación Provincial, participación en obras colectivas como las dedicadas al humorista José Luis Coll o al centenario de César González-Ruano; publicación de numerosas obras ensayísticas y de
investigación como
Poetas conquenses del 50, Cuenca y los enconquensados, Poetas en el vientre de la ballena, Aproximación a la obra narrativa de Meliano Peraile, Leer y entender la poesía de Diego Jesús Jiménez... Y, por supuesto, participación destacada en la actividad de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, institución en cuya génesis participó y en cuyas dos primeras juntas directivas figuró como vocal. De su labor como académico podemos destacar su discurso de ingreso sobre Paz de Borbón, infanta ilustrada de España, conferencias como las dedicadas a la visión de Castilla en los escritores del 98 o la pintura del artista cubano Wifredo Lam, y otras muchas inter-venciones en actos como la inauguración oficial del V Centenario de la muerte de Jorge Manrique en el Ateneo de Madrid o los homenajes tributados en distintos momentos a Federico Muelas, Acacia Uceta y Pedro de Lorenzo.
Hasta aquí mi intervención como representante de la Real Academia Conquense de Artes y Letras en este acto. Pero, si me lo permiten, me gustaría terminar con un pe-queño homenaje en clave más personal, para expresar la gratitud y el reconocimiento que mi compañero y amigo Hilario Priego y yo mismo debemos a Florencio Martínez Ruiz por el apoyo y la acogida que dio a nuestros trabajos. Me quedo con el recuerdo de la generosidad con que nos ayudó siempre que se lo pedimos y con la evocación de las largas horas de amistosa conversación que pasé con él en las terrazas de la Plaza Mayor durante sus últimos veranos en Cuenca.
Muchas gracias.
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