Palabras de José Antonio Silva Herranz, en el homenaje a Florencio Martínez Ruiz
en nombre de la Real Academia Conquense de Artes y Letras,
en el homenaje a Florencio Martínez Ruiz,
celebrado en el salón de actos de la Excelentísima Diputación provincial de Cuenca
el día 29 de abril de 2014
Permítanme expresar, en primer lugar, mi satisfacción personal y la de la Corporación Académica que me honro en representar en este acto por este merecidísimo homenaje a quien fue uno de los pilares de nuestra cultura durante la segunda mitad del pasado siglo y en los primeros años de éste; un homenaje al que, si algún reparo cabe poner, es que para celebrarlo haya tenido que pasar más de un año desde la muerte de Florencio. Nun-ca es tarde, sin embargo, y mucho menos en este caso, en el que el silencio o el olvido hubieran sido tan injustos como imperdonables.
Porque no estamos hablando de una figura menor, ni mucho menos. Florencio Martínez Ruiz era –es, pues su ausencia física en nada afecta a esta consideración; más bien la refuerza– uno de los grandes de la cultura conquense, una autoridad, un clásico; es decir, una de esas personas a las que, por su prestigio y por la calidad y aun la exce-lencia de su trabajo, hemos de acudir inevitablemente a la hora de comentar, de explicar y de comprender una realidad determinada. Su profundísima formación humanística, el ingente bagaje de lecturas y experiencias intelectuales que fue acumulando con los años y una innata sagacidad crítica afinada y profundizada durante el ejercicio de su profe-sión hicieron de él una de esas personas que lo saben todo y que son capaces de expli-carlo todo en el ámbito al que han dedicado sus esfuerzos; un ámbito que en su caso era, además, amplísimo pues, como conocen todos ustedes no había parcela de la actividad cultural que quedara fuera de su atención.
La formación intelectual de Florencio Martínez Ruiz se asentaba sobre las firmes bases de sus estudios filosóficos y teológicos en el Seminario de San Julián, de Cuenca, y en sus años en el caserón
rosa rosae de la Plaza de la Merced –como a él le gustaba llamarlo– hay que buscar también el inicio de sus inquietudes periodísticas y literarias: allí comenzó a escribir versos, y desde allí envió también sus primeras colaboraciones a Ofensiva (el periódico local) y a revistas como Estría, Incunable, Signo, Estrofa o Ju-ventud y participó en la creación de otras como Gárgola o Haliterses.
Tras abandonar los estudios eclesiásticos en 1957 y realizar la convalidación de la carrera de Magisterio en la propia capital conquense, en 1958 pasó a Madrid, donde ingresó en la Escuela Oficial de Periodismo. Antes, incluso, de terminar la carrera, ya colaboraba en revistas como
El Español, iniciando así una trayectoria profesional que le llevaría a trabajar incansablemente en la mayoría de las publicaciones culturales de la España de aquellos años, como La Hora, la Estafeta literaria, Poesía española, Reseña o Razón y Fe, entre otras. Hacia mediados de los años sesenta comienza a colaborar en periódicos como Arriba o Ya, y en 1968 entra como redactor en ABC, donde durante veinticinco años desarrollaría una carrera periodístico-literaria que le llevó a ser jefe de la Sección de Cultura y que quedaría plasmada en cientos de artículos tanto en el propio periódico como en sus suplementos Domingos de “ABC”, Mirador Literario, Suple-mento Semanal o Blanco y Negro, y todo ello, además, sin dejar en ningún momento de colaborar en algunas de las prestigiosas publicaciones culturales ya citadas y en otras como Papeles de Son Armadans y Mundo Hispánico; en esta última ejerció como redac-tor jefe hasta el mismo momento de su desaparición.
La obra periodística de Florencio Martínez Ruiz se caracteriza por su densidad y por su hondura. Sus artículos están escritos desde la coherencia de su sólida concepción
humanística y desde una preparación técnica y literaria poco común; además, con fre-cuencia, y a pesar de que muchas veces son textos circunstanciales, impuestos por las exigencias informativas del momento en que fueron escritos, el autor abre en ellos espa-cios de reflexión y de análisis que les permiten desafiar airosamente el paso del tiempo y dan persistencia a lo que en principio era meramente ocasional. Para comprobarlo, basta con leer algunos de los artículos que María Victoria Cavero y Óscar Martínez re-cogieron en Crónicas en la platina ardiente, un libro en el que brillan en todo su es-plendor la finura crítica y el personal estilo ágil e incisivo de Florencio.
A la par que su carrera periodística, Florencio Martínez Ruiz desarrolló también una interesantísima labor como ensayista y como prologuista de libros, aspectos ambos en los que nos dejó trabajos lúcidos y certeros sobre asuntos como el teatro realista, la poesía de Rafael Morales y Eladio Cabañero (entre otros), la narrativa hispanoamerica-na o la dramaturgia de Antonio Buero Vallejo, por citar unos cuantos ejemplos. Aquí podemos situar también su actividad como antólogo, en la que, además de una recopila-ción de poesía conquense de los “niños de la guerra” locales, nos dejó dos libros que son hoy referencia ineludible en el ámbito de los estudios literarios sobre la poesía es-pañola de la posguerra:
La nueva poesía española. Antología crítica, publicada en 1971 y en la que recogía y analizaba la obra de una veintena de los mejores poetas de la de-nominada segunda generación de posguerra, y Nuevo mester de clerecía, que vio la luz en 1978 y constituye una de las pocas aproximaciones que se han hecho en nuestro país a la obra de los clérigos-poetas, en concreto a la de aquellos que supieron intuir el desa-fío del Concilio Vaticano II y aportaron, como respuesta, una profunda renovación de la lírica religiosa. En ambos vuelven a refulgir la finura crítica de Florencio y su agudeza a la hora de analizar y elegir los textos de los autores seleccionados.
Durante todos estos años, y prácticamente desde la época del Seminario, Floren-cio Martínez Ruiz fue elaborando también su obra poética personal, una obra no dema-siado amplia pero en la que volcó su emoción más íntima. Como él mismo comentó en alguna ocasión, su poesía devenía de una cierta clasicidad de la que le resultaba imposi-ble desprenderse y que se extendía tanto a los aspectos formales como a las influencias o los ecos que se perciben en su lectura.
Cuadernos de la Merced, Siete cipreses con-quenses o El Cabriel dormido son, quizá, los títulos más significativos de una obra poé-tica en la que la memoria y el recuerdo tienen un papel fundamental y en la que se reú-nen en armónica convivencia la ternura, la nostalgia e incluso la ironía y el humor.
Y he dejado para el final los trabajos de Florencio Martínez Ruiz dedicados a temas conquenses, aspecto en el que su aportación ha sido sencillamente abrumadora. Si hubo hace años un ministro del que pudo decirse que le cabía el Estado en la cabeza, no creo que sea exagerado afirmar que a Florencio Martínez Ruiz le cabía Cuenca en la suya; Florencio llevaba a Cuenca consigo: en conocimiento, en datos, en recuerdos, en experiencias. No creo que haya habido nadie en los últimos años que haya tenido un sentido tan ajustado de la cultura conquense ni haya acertado a explicarla e interpretarla con tanta agudeza como él. Repasen ustedes su obra y verán cómo no hay ni un ápice de exageración en lo que digo: artículos periodísticos en la prensa local desde la época de
Ofensiva y Diario de Cuenca, elaboración prácticamente íntegra de aquel milagro se-manal que fue durante varios años El Cultural de El Día, conferencias; pregones de la Semana Santa, de la Feria del Libro, de las fiestas de San Julián o de cualquier otro acontecimiento relevante que se celebrara en la ciudad o en la provincia; intervenciones en congresos y encuentros culturales de todo tipo, prólogos de libros; creación y direc-ción de la colección Atalaya del Servicio de Publicaciones de la Diputación Provincial, participación en obras colectivas como las dedicadas al humorista José Luis Coll o al centenario de César González-Ruano; publicación de numerosas obras ensayísticas y de
investigación como
Poetas conquenses del 50, Cuenca y los enconquensados, Poetas en el vientre de la ballena, Aproximación a la obra narrativa de Meliano Peraile, Leer y entender la poesía de Diego Jesús Jiménez... Y, por supuesto, participación destacada en la actividad de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, institución en cuya génesis participó y en cuyas dos primeras juntas directivas figuró como vocal. De su labor como académico podemos destacar su discurso de ingreso sobre Paz de Borbón, infanta ilustrada de España, conferencias como las dedicadas a la visión de Castilla en los escritores del 98 o la pintura del artista cubano Wifredo Lam, y otras muchas inter-venciones en actos como la inauguración oficial del V Centenario de la muerte de Jorge Manrique en el Ateneo de Madrid o los homenajes tributados en distintos momentos a Federico Muelas, Acacia Uceta y Pedro de Lorenzo.
Hasta aquí mi intervención como representante de la Real Academia Conquense de Artes y Letras en este acto. Pero, si me lo permiten, me gustaría terminar con un pe-queño homenaje en clave más personal, para expresar la gratitud y el reconocimiento que mi compañero y amigo Hilario Priego y yo mismo debemos a Florencio Martínez Ruiz por el apoyo y la acogida que dio a nuestros trabajos. Me quedo con el recuerdo de la generosidad con que nos ayudó siempre que se lo pedimos y con la evocación de las largas horas de amistosa conversación que pasé con él en las terrazas de la Plaza Mayor durante sus últimos veranos en Cuenca.
Muchas gracias.
Óscar Martínez presenta en Belmonte su libro sobre el castillo de la villa
Con la presencia de más de cien personas que abarrotaron el Salón Medieval del Palacio del Infante Don Juan Manuel de Belmonte, se presentó este sábado, el libro del periodista conquense Oscar Martínez Pérez, “El Castillo de Belmonte, punta de lanza de la Mancha Conquense”.
El acto, fue organizado por la Asociación cultural Infante Don Juan Manuel de Belmonte dentro de la Semana Cultural que la villa frayluisiana convoca todos los años en fechas veraniegas.
La presentación del acto y del autor corrió a cargo de la presidenta de la Asociación Cultural y profesora de Literatura, Inés Valverde que agradeció en nombre de los belmonteños un libro tan ameno y bien escrito sobre la fortaleza belmonteña, que es símbolo y futuro de toda la Villa manchega. Después glosó parte de la trayectoria periodística de Oscar Martínez Pérez por La Mancha Conquense y la capital de la provincia, así como su paso por Villarrobledo y los libros y premios cosechados en los últimos años.
A continuación el periodista conquense, Oscar Martínez, explicó los motivos para escribir este libro tan esperado por los belmonteños desde que la fortaleza de los Pacheco ha sido restaurada y vuelta a la vida social y culural… El autor también relató con detalle el contenido del libro editado por la Diputación Conquense: “ Entre los referentes de la Villa de Belmonte (el genio poético de fray Luis de León, la Colegiata de San Bartolomé, o el linaje de los Villena, etc) figura de manera emblemática el Castillo del Cerro de San Cristóbal, el máximo exponente del estilo gótico-mudéjar en Europa.
Con este libro de la Colección Atalaya, que coordinase mi padre Florencio Martínez Ruiz , he querido desahuciar todos los tópicos y enigmas de Castillo, leyendo, en el libro abierto de sus murallas y almenas, de sus “ruinas” hoy resucitadas, el pálpito histórico y su más que posible viabilidad futura. Sigue con ello la teoría orteguiana de que el pasado no es algo muerto en sí, cuando se le proyecta hacia el presente y desde el presente. No sólo de pan vive el hombre sino que las cosas mantienen escondidas en su alma el extraño “elan” de una historia que merece ser contada.
Gracias a la familia Peñaranda, en cabal entendimiento con las instituciones y, por supuesto, dentro de la fortuna mediática y los últimos impulsos de los belmonteños, el Castillo se prepara para una “última salida” con todos sus arreos históricos (la gestión de la emperatriz Eugenia de Montijo), arquitectónicos (de Sureda a Valcárcel), artísticos (de Wingaerde a Ouvantzoff) y cinematográficos (de “El Cid” a “El señor de los anillos”.
El acto finalizó con unas palabras del Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Belmonte, Ricardo Cuevas, que excusó la presencia de la Alcaldesa de la Villa debido a un percance. El concejal se mostró muy orgulloso de que un madrileño de ascendencia conquense, “y ya belmonteño” haya escrito un libro que aporta nuevos datos e historias sobre el Castillo de Belmonte y todos los avatares por los que ha pasado a los largo de los siglos… Ricardo Cuevas, también se congratuló de la clarificación en el libro de varios tópicos y enigmas que han acompañado al castillo, como el mito de la Beltraneja, la estancia de la Emperatriz Eugenia de Montijo en su Castillo o la presencia de Sofia Loren en el rodaje de varias escenas de “El Cid”.
Después de la presentación, el autor de libro firmó ejemplares a los belmonteños y se sirvieron vinos de la mancha conquense y canapés.
Artículo de Florencio Martínez Ruiz sobre Sampedro
"El Castillo de Belmonte, punta de lanza de La Mancha Conquense" de Oscar Martínez Pérez, 16 de Agosto en Belmonte
Dos Artículos de Florencio Martínez Ruiz sobre García Márquez en ABC (1981 y 1982)
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1981/05/03/047.html
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1982/10/24/051.html
Artículo de La Tribuna de Cuenca sobre el Homenaje a Florencio Martínez Ruiz en la Diputación conquense
LA FIGURA DEL PERIODISTA Y ESCRITOR FLORENCIO MARTÍNEZ RUIZ FUE HOMENAJEADA POR LA DIPUTACIÓN DE CUENCA
al El Salón de Actos del Palacio Provincial de la Diputación Conquense, se llenó de público para escuchar las palabras de homenaje y reconocimiento hacia uno de los grandes conquenses de la Historia, el escritor, periodista y poeta Florencio Martínez Ruiz.
En el emotivo y multitudinario homenaje intervinieron, Marta Segarra Juarez como jefa de publicaciones de la Diputación de Cuenca, el Diputado de Cultura Javier Domenech, el periodista y escritor madrileño José Montero Padilla, José Antonio Silva de la RACAL y Oscar Martínez Pérez hijo del homenajeado…
Previamente se interpretó una hermosa pieza musical para Guitarra y Flauta por parte de los alumnos del Conservatorio “Pedro de Aranaz”.
Las palabras vertidas en homenaje al insigne periodista, estuvieron llenas de emoción y reconocimiento a Florencio que con su generosidad y bonhomía además de su genio periodístico y poético llevó a lo más alto a la Cultura Conquense, no sólo desde las páginas de “ABC”, “La Estafeta Literaria”, “Punta Europa”, “Mundo Hispánico”, La Hora”, “Poesía Española”, “YA”, “Papeles de Son Armadans”, “Reseña”, “Razón y Fe”… Sino de forma genial y muy significativa en las cuatro páginas semanales del “Cultural” del “Día de Cuenca” que realizó de forma íntegra y en las que plasmó su conocimiento total, de la Historia y Cultura de Cuenca y los conquenses…
Entre los discursos leídos en el homenaje reproducimos este:
Entre el gremio de los periodistas y críticos españoles siempre se dijo que los artículos concebidos por Florencio Martínez Ruiz eran en sí mismos como un soneto, lo consideraban un «animal» periodístico y literario que consagró treinta años de su vida al diario ABC y por cuyas páginas Florencio, -al que también se le calificó como un hombre llamado “escritura”-, hizo desfilar con su pluma genial, sensible y sublime a Borges, Miró, Halcón, Ortega y Gasset, Cunqueiro, Baroja, Zubiri, Sender, Alberti, Rosales, Celaya, Aleixandre, Dámaso Alonso, Carpentier, Gabriel García Márquez, Kenzaburo Oé, Hemingway, Pessoa, etc … Florencio fue y es Periodismo en estado puro. Periodismo a pie de máquinas. Periodismo, codo a codo con la rotativa.
Florencio cultivó todos los géneros periodísticos (la crónica, la crítica, la entrevista, el artículo, el reportaje, el ensayo, y la noticia pura y dura…) y a todo le sacó punta con su máquina de escribir después de reciclar los materiales en su prodigiosa mente.
Mi padre perteneció a esa generación de conquenses (nació en Alcalá de la Vega), que como la avena loca, se fue a buscar allende Cuenca esa palanca que todo hombre precisa para mover el mundo.
Cincuenta años de periodismo literario convirtieron al muchacho de Alejandra y Miguel en uno de los periodistas, poeta y crítico literario más respetados en el mundo literario español e hispanoamericano.
Dejando a un lado su compromiso radical con la cultura española, que ejerció como nadie desde las páginas de la prensa nacional, y su lírica que plasmó en poemarios magistrales como El Cabriel Dormido o Cuadernos de la Merced; muchas son las cosas que adeuda Cuenca a quién sin duda ha sido uno de sus más eficaces y esforzados costaleros.
Muchas sin duda, pero entre todas ellas, la más perdurable, la que convertirá en el futuro su obra literaria y periodística en un referente inexcusable de todo cuanto fuimos los conquenses algún día, será la de haber dotado a nuestra cultura de una imagen propia y, lo que es más importante, de una legitimidad histórica alejada de los grandes mitos de una Cuenca arcaica y provinciana.
A través de sus artículos, en “Ofensiva”, “Diario de Cuenca”, “Radio Nacional de España en Cuenca”, “Gaceta Conquense” pero sobre todo en la cuatro páginas semanales del “Cultural del Día de Cuenca” Martínez Ruiz ha proporcionado a Cuenca algo muy parecido a lo que catalanes, vascos, gallegos y andaluces, lograron construir desde finales del siglo XIX: nada más, y nada menos, que un cuerpo compacto de conciencia colectiva que, tomando como argamasa el concepto de lo “mágico”, ha tenido la virtud de unir los sillares dispersos de nuestras realizaciones y mostrarlos, al cabo, como la expresión más alta y coherente de un pueblo único y concreto, como el conquense. De esta manera, Florencio encontró la “voz” que le faltaba a Cuenca; voz que durante muchos años será la voz de todos nosotros….
La periodista conquense, Mariví Cavero, en una magnífica antología sobre la obra periodística de Florencio, resume con toda certeza el estilo y la calidad de su obra: “escribe en prosa colada, válida en sí misma, que sirve además, por su carácter ancilar, de semblanza crítica. Por su privilegiada formulación humanística y por su precisión estilística —nuestro escritor y periodista tiene el don de aquietar el ritmo de su sintaxis y de serenar la cadencia de sus párrafos- más que utilizar servilmente el lenguaje, le hace “cantar”, con un vocabulario extraído de las raíces del idioma, acaso un poco barroco, por la falta de exposición de sus ácidos reactivos, pero auténtica burbuja de claridad y elegancia. Florencio Martínez Ruiz embute impresiones, metáforas, juicios críticos, alusiones y locuciones en textos calados de belleza, como el guante a la mano, haciendo en el mármol de su prosa una estría viva y sugerente”.
Florencio Martínez Ruiz sigue y seguirá en espíritu entre nosotros, hecho ya un “santo” del retablo epónimo conquense ahora que la batalla de escritor, periodista y poeta está ganada. Martínez Ruiz quien sembró al viento conquense artículos, conferencias, pregones y libros, crónicas y conferencias, contaminantes de gérmenes conquenses para sus lectores y oyentes, convirtió nuestra “pequeña ciudad” y su provincia en un motivo abismal y central de su genio, nuestra pequeña ciudad vive ya para siempre cobijada bajo las ramas de un árbol literario de la que recibe sus amparos y sus sombras…
La Diputación de Cuenca homenajeará al escritor, periodista y poeta, Florencio Martínez Ruiz
Artículo de Jesús Calleja en la Revista Surrexit Vere sobre Florencio Martínez Ruiz en 2013
Ha pasado otro año en este calendario que irremisiblemente nos traslada de nuevo a este tiempo cuaresmal, ciertamente remo-jado durante estos días. Hay un típico chas-carrillo que aconseja a los malos cantores abandonar sus dudosas dotes musicales, pues se corre serio riesgo de precipitaciones. Y en estos días cercanos a nuestra Semana Santa seguro que algún que otro aspirante a barítono nazareno anda amenizando al personal con el run run de alguna que otra marcha procesional… Y así nos va… ¡Que llueva, que llueva la Vir-gen de la Cueva! Pues algo así me pasa a mí estos días: no dejo de canturre-ar, atrayendo fatalmente las nubes amenazantes, el Mektub de Mariano San Miguel Urcelay. Una marcha que nos ayudará a “dejar escrito” (como el vo-cablo árabe indica) en la memoria colectiva nazarena, otro texto literario digno de mención.
En este sentido, cabe recordar que a comienzos del pasado mes de fe-brero, fallecía en su domicilio madrileño el periodista, escritor y crítico lite-rario FLORENCIO MARTÍNEZ RUIZ. Figura clave de la cultura conquense del siglo XX, destacó por sus minuciosas críticas literarias y por sus concienzu-dos estudios estilísticos. A modo de homenaje, este año nos adentraremos en el pregón que pronunció en 1989 en nuestra Semana Santa.
1 Parte de los contenidos del breve estudio aparecido en el presente artículo, copó un progra-ma de la sección literaria “Reglones con Pasión”, incluida en las emisiones radiofónicos de la cadena SER, Capuces de Cuenca, de la Cuaresma de 2012. Tal sección era escrita y presentada por José Francisco Martínez Zamora y por el arriba firmante.
La forma literaria que se aprecia en el pregón rezuma lirismo a borbotones y gongoris-mo a raudales, al igual que la mayoría de sus es-critos. Y además de ser un ejemplo de lo que puede ser un pregón con innegable trasfondo li-terario (sobre todo en la forma), nos encontra-mos con un ejemplo de pregón (muy al contrario de las primeras muestras, como la de Demetrio Castro, de la que hablamos en el número ante-rior) arduo, extenso y casi interminable. Sin du-da, es un texto que representa en buena parte la deriva que los pregones modernos han llevado en los últimos tiempos (en cuanto a gran longi-tud), pero sin perder el carácter literario y personal que los textos de Flo-rencio poseen.
Nos encontramos, por tanto, con un ejemplo más de que el sentimiento nazareno no tiene que estar reñido con el buen hacer literario.
Martínez Ruiz era sobradamente conocido en los diferentes ámbitos de la “cultureta” conquense (como a él le gustaba decir). Nacido hace 82 años, en Alcalá de la Vega, quizá el origen de su vocación literaria habría que bus-carlo en los días de las revistas “Gárgola” y “Estría”. Estudió en el Semina-rio de San Julián, aunque pronto empezó a respirar furtiveando en la cultura de vanguardia. Como periodista dirigió la sección cultural de “El Español”, “Arriba”, “Ya”, “ABC” y varios años de “El Día de Cuenca”.
Pronunció el Pregón de la Semana Santa de Cuenca, el Viernes de Do-lores, 17 de marzo de 1989, en la Iglesia de San Miguel. Fue un pregón muy largo (como ya hemos resaltado anteriormente): diez densas páginas al más puro estilo florencio, repletas de un vocabulario repujado, escogido y audaz.
A lo largo del pregón, redunda el autor, quizá en exceso, en la temática del paisaje conquense y su influencia sobre la celebración nazarena.
También, encontramos que el pregón se hace más accesible a medida que nos acercamos a su final, siendo más comunicativo y menos elitista, más cercano… La primera parte del mismo, sin embargo, es más críptica.
No obstante, nos encontramos con un pregón extraordinariamente tra-bajado y con extractos brillantes, que llevan la firma inconfundible de su pregonero. Un pregón muy documentado, que se va cimentando sobre el análisis de varios personajes literario-nazarenos que veremos, poco a poco. La originalidad de algunos de sus textos también aderezan adecuadamente este cóctel de sabores capuchinos.
Comienza, así, su arenga, apelando a su intención de ser…
“…un redoble de conciencia, haciendo hablar a la boca de lo que está lleno el corazón”.
Considera también que…
“…una llamada así necesita más bien del carisma de un místico o de un profeta (…). Pero ni soy un San Jerónimo ascético ni un Sidharta iniciático.”
Aunque el pregonero se consuela pensando que Cuenca le echará una mano en su labor, seduciendo con su vértigo irrenunciable, provocando la meditación en estos días semanasanteros, ya que piensa que Cuenca incluye “ad libitum” un nada insólito “karma”:
“Las vibraciones de un silencio interior propicio para reconquistarnos a nosotros mismos equilibrando los instintos y el espíritu.”
Para construir el entramado de su pregón trata de invocar al resto de pregoneros a los que, lejos de evitar, los…
“…quiero traer conmigo y que refuercen y robustezcan mi palabra”.
Quiere, básicamente, que su voz sea…
”…una mera prolongación de esas vo-ces –y no la más timbrada por cierto (…)”.
De este modo, empieza a recordar al que él considera primero de todos, “el evan-gelista por derecho propio”: Federico Mue-las. Continúa recordando a los Joaquín Bení-tez Lumbreras, Pedro de Lorenzo, Domín-guez Millán, Acacia Uceta, Aristeo del Rey, etc., antes de adentrarse en la íntima rela-ción de Cuenca con su Semana Santa:
“…en los días cuaresmales y pascua-les, Cuenca vive sin intersección de planos, la magna eclosión de la naturaleza y la máxima revelación religiosa, el hecho estéti-co y el hecho pasional en un solo fervor te-ogónico (…) Es el momento de su gran irradiación visionaria, cuando explo-ta por dentro y se abre a los rumbos estelares y las coordenadas de infini-to…”
No quiere Florencio detenerse en consideraciones mágicas ni ancestra-les, pero cree que es un momento crucial el que se avecina en la transfigu-ración de la ciudad durante estos días. Dice así:
“Justo en el momento en que Cuenca ejerce su mediación entre cielo y tierra, encarnándose culpable y redimida, en medio del paisaje, como un ex-voto, pues la Semana Santa configura la tormentosa identidad de su terríge-na entraña vulcánica y de su alada vocación patética (…) Cuenca, a las puertas de la Semana Mayor, no cumple sólo una cita con el calendario litúr-gico. Trasciende esa su imagen patética, cambiándola por una imagen teleológica.”
Posteriormente, recuerda que Cuenca tiene algo metarreligioso y aún sobrenatural que no han podido ignorar ni viajeros, ni visitantes, a lo largo de la historia. Y deja apuntados los nombres de los Giner, los Cajal, los Odón de Buen, Marcelo Domingo, el cual hablaba de la “ciudad inexistente”…
“…más no en el socorrido sentido de su marginalidad de las rutas turísticas o en la referencia literal de su ausencia del mapa (…) Por el con-trario, la ciudad estaba atada y bien atada a accidentes maravillosos y be-llos. Pero la civilización y la vida no existen donde sólo hay hombres y pie-dras, sino donde la dinamicidad de las cosas y de los espíritus logra hacer tangibles los más altos ideales.”
Ya el rector de Salamanca consideraba a nuestra ciudad, por encima de la Ávila de Santa Teresa, como “subspecie aeternittis”, hablando de que esa Cuenca es la pura reducción de sus esencias. En ese momento, conectando con la idea de que Cuenca escapa a algunas leyes como la de la gravedad o la de la lógica, hace una reflexión más personal:
“Soy conquense y he vivido bajo la luna de plata de Mangana. Y, a la vez que testigo, tengo fe de carbonero para creerlo. Y mi conclusión es esta: Cuenca, en lo que tiene de vieja ciudad punitiva, es el lugar para sentirnos Dios por un minuto al menos; un paraíso para creernos sus criaturas inmor-tales por un año. El acontecimiento de la Semana Santa nos toca por eso en la raíz, en la misma entraña.”
Etiqueta a nuestros dos ríos como “ríos penitentes (…) escoltando el dolor de Cuenca”, parte del desfile procesional, sin duda. E incluso dice que “los chopos de la Peña Corva o del Tranche, y aun las rocas de pedernal ves-tidas o los juncos de eterna caña sin anzuelo, creen en Dios.”
“Y tanto, tanto, que, dado el caso de la ausencia de cofrades o peniten-tes en las listas de las Hermandades, saldrían si fuera necesario en el corte-jo procesional, erguidos en sus pétreas túnicas o embutidos en sus capas fluviales, desvestidos de su corteza vegetal, echando a andar por las calles de Cuenca.”
En la siguiente parte del pregón, se detiene en lo que grandes autores de la Literatura Hispana han opinado sobre nuestra celebración magna. Así aparece Unamuno, Cela, Alejo Carpentier,o César González-Ruano. Dice Cela de nuestra semana grande que es…
“Loba parda desgarrada como un Cristo de Pietro Cussén (…) La fiel, la exacta estam-pa que refleja idéntica circunstancia en la gran ribera por explotar del otro mundo. Cuenca -¿es la Carretería el camino de la alta luna?- es ya para los ojos que quieran ver, un poco la frontera de nuestros mares.”
Y así, sigue Martínez Ruiz tocando dife-rentes y sugerentes palillos como el de la poesía a la que considera complementaria con respecto a la teología, deteniéndose en las aportaciones de Gerardo Diego y otra vez de Federico Muelas, e incluso Lope Mateo, con versos como estos:
“Mudos encapuchados vegetales
sobre la clara primavera fría
cuando alza el Viernes Santo en su agonía
misereres de fe por los breñales.
Silencio sobre el Júcar verdeoro,
la ciudad enriscada en sus rompientes
sueña un calvario de abismal escena.
Y de la tarde en el inmenso lloro
Cristo va entre los chopos penitentes
que tienen por el río su melena”.
Finalmente, en una segunda parte, más breve, pero no menos densa, del pregón, Florencio se adentra en lo que él llama “el lenguaje de las pie-dras”. Acentúa la condición de nuestra Semana Senta que…
“…no llora la Pasión de Cristo de la manera extravertida de esas otras ciu-dades. (…) Está más cerca nuestra Semana Santa de la que viven los “calladiños” de Orense o Pontevedra o de la que se aroma de juncia y rome-ro en los pueblos de Segovia o Ávila”.
Y ahondando en reflexiones sobre la constante reconstrucción de nues-tra Semana Santa, debido a la pérdida de múltiples tallas, hace hincapié en el trabajo laborioso de cofradías y gremios artesanales en pos de esa recu-peración. Aunque cree que debemos tener consuelo en este sentido, pues Cuenca…
“…no vive del realismo de los Cristos de palo o de las Vírgenes de ojos vidriados, sino que, olímpica y mágica, surge reo de nuestra invención y de nuestra potestad visionaria.”
Casi para finalizar, vuelve a apelar Florencio a personajes relacionados con nuestra Cuenca (y adelantados a su tiempo), como fueron los Gutiérrez Solana, García Lorca, Fray Luis de León o Fray Ambrosio Montesino, consi-derándolos en un imaginario desfile procesional, en esta “inmensa catedral de luz” que es Cuenca. También hace una postrera reflexión personal sobre las Turbas:
“Yo no me llamo Pataco ni me apellido Recuenco, ni me encomiendo a esos dioses del tambor y del aguardiente. Pero en aquellas calendas ya re-editábamos al hilo de los “bulle-bulle” medievales de los capigorristas y las “fiestas de los locos” (…) el derecho a representar en su sabor y color el drama completo”.
Y este hombre que recuerda haber sido turbo “in mente” e “in pectore” a su modo, termina el pregón con unas palabras de reflexión surgida de otras que fueron atribuidas al rey castellano, Alfonso VIII:
“…prefiero nuestra Semana Santa a todas las demás y la declaro libre de servidumbres y a salvo de la confusión babilónica. Y pido, por supuesto, a quien corresponda, que su celebración figure como sello de nuestra identi-dad cosmogónica y espiritual, aunque sea con alguna licencia y sobresalto de los silfos de la verde orilla del Júcar y de los monseñores de la Congrega-ción de Culto…”
Pregón, en suma, de gran riqueza y muy diversificado en sus múltiples aportaciones. Pregón del que, como hemos comprobado, se pueden extraer gloriosas reflexiones y afirmaciones para el sempiterno recuerdo.
La verdad es que releer el pregón de Martínez Ruiz, al igual que releer cualquiera de sus textos, degustar los rebuscados vocablos que siempre uti-lizaba, palpar la elegancia de la expresión o la frase siempre bien construi-da, nunca fácil… La verdad, digo, es que leerlo es como escucharlo, es como retrotraerse a no hace demasiadas fechas, cuando disfrutábamos de su pre-sencia en diversos actos y de su oratoria barroca y, por supuesto, personalí-sima, muy original.
En esta Semana Santa, si cabe más que ninguna otra, tendremos más presente su legado literario. Y, seguro que también, como en estos apuntes, su legado literario-nazareno.
Mektub.
Escrito queda.